El Caminante IV

Bueno, volvamos una vez más atrás en el tiempo para ver la infancia de un personaje llamado Marcus. Muy relevante en la historia^^.

Espero les guste y mil perdones por las falta de ortografía.

3

Volví de nuevo al cobijo del bosque con el trigo necesario. Mamá estaba muy enfadada porque me había apartado de su lado y había hablado con extraños.

La verdad fue que entré en aquella caseta siguiendo al bufón que tanto me gustaba. Escuché sus cascabeles dentro y no me pude resistir. El lugar estaba bastante oscuro, solo provisto de luz por una vela que tenía la llama negra. Dentro había un gran caldero de peltre sobre unas brasas de fuego. El resto era oscuridad, pues la misteriosa llama negra mantenía en penumbras lo que quedaba de la habitación.

–Hola, niño, acércate. Quieres ver al bufón, ¿verdad?

Una figura a la que no alcanzaba a verle el rostro se mantenía alejada de la luz de la llama. Podía vislumbrar que era un hombre muy alto y delgado.

–¿Qué pasa, niño? ¿No te atreves a hablar conmigo?

No quería contestarle, mi madre decía que no hablara con extraños y eso precisamente iba a hacer. Pero la verdad es que no me pude resistir.

–¿Dónde está el bufón?

–El bufón está ahí atrás –dijo señalando a la oscuridad. Sus manos eran huesudas como las de un esqueleto con algo de piel–. Si quieres puedes acercarte a verlo.

Diciendo esto pasó por delante de mí y se fue hacia el caldero. Tenía una larga túnica negra como las de los frailes, sólo que el material del que estaba hecha era muy raro. Parecía terciopelo, y hacía algo extraño con la luz, como si la absorbiera de una forma extraña. Por allí por donde pasaba la sala se oscurecía aún más.

Mientras aquel hombre se ponía con el burbujeante caldero yo me dirigí al sitio donde me dijo. Quería ver al bufón y poder hablar con él. Me zambullí en la oscuridad y mientras caminaba despacito me choqué con algo que comenzó a sonar. Había pisado al bufón, pues las campanas repicaban, pero no veía nada.

–Bufón, ¿eres tú? –dije con alegría.

Su risa comenzó a sonar por toda la habitación. Estaba ahí, cerca de mí, pero no lo veía, quería luz.

–Parece que hoy mi pequeño amigo está contento –dijo el hombre de negro–, pero vas a necesitar un poco de luz para poder jugar con él. Ven, acércate, que te voy a dar una vela y ahora te diriges a él y podréis jugar.

Fui entonces hacia el hombre de negro y su túnica absorbe–luz.

–¿Ves este caldero? Lleva una sopa bastante fácil de hacer. Pero le falta un ingrediente todavía. Con él se puede hacer magia –mientras me decía esto, comencé a olvidarme un poco del bufón y la vela, y me interesé más por lo que aquel hombre decía. ¿Sería un mago de verdad?–. Veo que eres poco hablador, pero puedo leer tu cara, tienes curiosidad. El ingrediente más preciado para que este brebaje surta efecto al bebértelo es la grasa de cerdo largo –estaba aún diciendo esto cuando entró mi madre en la tienda y me sacó de allí a patadas.

–¿Que hacías ahí dentro? Sólo era una tienda con muchos trastos viejos.

–No, mamá, había un mago, y un bufón. Iban a jugar conmigo.

–Para empezar no debes hablar con extraños, no debes separarte de mí y no debes inventar cosas. Esa tienda era un trastero de la carnicería de al lado. Ahí no había nada salvo utensilios cortantes con los que te podías haber hecho daño.

No sabía por qué, pero mi madre no podía ver lo que yo veía. ¿Sería yo mago también o es que el mago se había vuelto invisible y toda su tienda y el bufón con él?

Andando así con mi madre cabreada y llevándome fuertemente de la mano nos fuimos a ver al molinero.

Él era un hombre de mundo, había viajado por el bosque muchas veces y cada vez que iba me contaba sus batallitas. Él me entendería y sería a él a quien le preguntaría qué era el cerdo largo.

Continuará…

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